
Matitiahu, fruto, coraje. Rompe lo que había que quebrar. Centralidad del yo hecha pedazos. Frágil, a punto de encenderse en la salvaje luz fluorescente de Miami. Surge desde lo endeble de aquella semilla hacia la vida. Ahora respira, ahora no, ahora respira ahora no, ahora inhala, ahora exhala. Cuento las veces que lo hace. Llamo mil veces y me atiende la enfermera sabiendo que soy el daddy pesado de la primera vez, que desespero por mi vida que no puedo creer que está. Retoño, pétalo hacia el mar. Primera escena de la hoguera, ahora me consumo, ahora renazco. Ahora renacemos tres, en el cielo de la sangre, en la oscuridad del retorno, en la elección, otra vez en la elecciónSorpresa entera del paso de un tiempo reinaugurado, vivir en él, mirada primero tenue, al final siempre decidida, tan extensa que acabo yo en la lluvia de la autopista 826, entrando por el peaje, en dirección al Jackson Memorial Hospital y ahora comienzo yo. Es tan pequeño cuando lo llevo a ver clientes, a hacer el trámite en el banco, se pasa horas arriba del auto, siempre sonríe. Pasea en el parque da Hammocks en su cochecito mientras mamá termina la revista. El auto se queda, pero él sigue, sonríe, sabe que saldremos de este apuro, que podremos irnos de ahí, huír, que podremos estar en mil vidas, juntos. Empiezo a creer en el milagro de su existencia. Estamos con él en Key Largo, ahora el agua es tibia y podemos descansar con un calor tropical que nos envuelve, él también descansa, es tan increíblemente pequeño, tan pacífico. Macabeo, guerrero de espada, antifaz, sombrero, capa, botas. ¿ Por qué un cordero vive adentro de una caja? ¿ Por qué las pechinas se extienden en la arena, por qué hay hojas y caen? Continúa para que sepamos que todo termina y recomienza. El primero, el que abraza el encierro y lo tritura. Nos acerca, nos hace firmes como un árbol de corteza dura, abiertos como un barco, nos hace partir, nos hace dejarlo todo en veremos y es parte de nuestra navegación tan certera y tan errática por el aire, por el Atlántico, por el Mediterráneo. Nos conmina a entregarnos, espada en mano. Nos cuenta una historia con un dibujo de monstruos. Escucha lo que le cuenta el zorro al príncipe y se duerme domesticado, exactamente en el mismo párrafo dos noches seguidas, duerme con esa paz que solo alcanzan los que los que han jugado. Otra vez se acuerda de esos personajes, con su disfraz los recrea y los arma de su preciso detalle. Es este personaje y no otro. Mateo es el agua, se lanza a la piscina en invierno, es el primero en entrar en el mar en mayo, el último en salir en octubre. Se sumerge, aparece otra vez con los ojos abiertos y nos mira…
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