jueves, 7 de agosto de 2008

Los invisibles












Hace dos semanas, en el Colegio Público de Abogados de Buenos Aires se debatió sobre la película La Nación Mapuce, de la directora Fausta Quattrini. Y aquí Radar reproduce un fragmento de las palabras del Dr. Raúl Zaffaroni, quien habló con elocuencia sobre los pueblos originarios argentinos, el derecho indígena y el deber ético.





Por Raúl Zaffaroni

Hacer entender en la Argentina lo que es el pluriculturalismo es difícil. Es difícil porque todos somos víctimas de una ciudadanía de escritorio. Roca no sólo practicó el genocidio en el sur. Roca presidió un proceso de homogeneización y de imposición ciudadana de escritorio. Nos homogeneizó a todos. Y a quienes se negaron a homogeneizarse: a los mapuches les pasó lo que les pasó, a los judíos les pasó lo que les pasó. El proceso de homogeneización se realizó a través de cosas que no fueron del todo malas a veces. La enseñanza obligatoria: nos enseñaron a leer y a escribir, pero también la bandera, el himno, el guardapolvo blanco, todo igual para todos. En fin, tantas cosas por el estilo. Todos somos víctimas de un proceso de homogeneización que nos ha colonizado la cabeza, y es muy difícil de revertir.

Por lo tanto es muy importante que hoy los pueblos originarios nos llamen a revertir ese proceso, que nos ayuden. Así como nos ayudan también con nuestro derecho, con nuestro civilizado derecho.

Primero y fundamental, un proceso jurídico, monopolio del Estado, título de legitimidad, de propiedad. ¿En qué se asienta el orden jurídico del que parten? ¿En un genocidio? Sí, en un genocidio, pero que prescribió, porque se murieron todos, no cabe duda; ya no se puede hacer nada. Sí, se prescribió la acción penal y el genocidio tiene una acción imprescriptible. ¿Y la acción civil? Si es imprescriptible la penal debe ser imprescriptible la civil, ¿no? Y entonces, ¿qué tenemos? ¿Una norma fundamental? Una “Cruz Norma de Kelsen”.

Es un genocidio. ¿El tiempo convierte un genocidio en un título de legitimidad? ¿Dónde está el gancho del cual colgamos nuestra legitimidad de todo nuestro orden estatal, conforme a la más pura teorización del orden estatal, en un genocidio?

Segundo: nuestra forma de solución de conflictos. El orden lo pone una estructura vertical punitiva, que hoy está buscando alternativas. Y en las alternativas nos hablan de una Justicia que restaura, una Justicia restitutiva. Hay librotes escritos sobre la Restorative Justice. Estamos en la mediación, vamos a pasar cada vez más a la mediación. Y cuando nos damos cuenta, reflexionamos un poco, nos decimos ¿éstos son los medios que tiene la Justicia comunitaria para resolver conflictos? ¿Qué estamos haciendo? El fracaso de nuestro sistema nos está mostrando que tenemos que volver a formas de resolución del conflicto que pertenecen a la Justicia comunitaria.

Hoy empezamos a hablar de un derecho ecológico. Cuidado con esto de la ecología y los pueblos originarios, porque dentro de lo ecológico se manejan una pluralidad de ideologías, o de variables, entre las cuales hay un cierto conservacionismo, que entendería lo ecológico como la conservación de algunos cotos de caza, y entonces la población originaria sería un elemento de decoración del paisaje, ¿no? No es en ese sentido el asunto; sino que va por otro sentido que es mucho más profundo y más amplio. Es decir, la persecución de los pueblos indígenas hoy no se hace a través del genocidio armado, sino a través de un sistema de producción. Es el propio sistema de producción que va destruyendo el medio ambiente y el hábitat de los pueblos originarios. Pero ese mismo sistema de producción es el sistema de producción que destruye el hábitat de los mapuches, de los guaraníes, de los wichis, de todas las etnias nuestras; es el mismo sistema de producción que nos está destruyendo el medio ambiente a todos. Claro que lo sufren mucho más ellos. Pero como lo sentimos nosotros ya empezamos a teorizar en el hábito jurídico sobre el derecho ecológico. Y ahí se nos produce una crisis, de la que creo que los juristas todavía no somos conscientes.

Hay una pequeña norma, que quedó en el fondo del orden jurídico que, a mí, me hizo dudar de la afirmación de que todos los derechos son humanos, o tienen por titular al ser humano, que era la ley de protección de animales. ¿Animales? No se inventa el bien jurídico, lo que tutela es el sentimiento de piedad. Entonces si yo descuartizo un perro en privado no hago un acto de crueldad contra animales. No hay otra solución que decir que el titular del bien jurídico es el animal. Es una disposición. Ahora con la cuestión ecológica la cosa cambia. ¿El titular del bien jurídico en el derecho ecológico somos los seres humanos? Es decir, ¿todo el planeta y toda la creación está al servicio nuestro, y nosotros somos los dueños de eso, y lo conservamos para servirnos como dueños? No, así no podemos resolver todos los problemas que se nos producen. Desde muchos ámbitos, incluso desde el teológico, desde las más modernas teorías biológicas nos dicen: cuidado que la tierra es un ser viviente. Y entonces leemos en inglés la hipótesis Gaia, y cuando volvemos la vista hacia los pueblos originarios resulta que nos dicen lo mismo de una manera más simple, mucho más clara, menos alambicada. Creo que nuestra orgullosa civilización está llegando a un punto de inflexión, de crisis, en donde tenemos mucho que aprender de las culturas originarias.

El problema de las culturas originarias y del respeto de las culturas originarias y de los pueblos originarios, en nuestro país es mucho más complicado que en otros países de América latina. Tenemos un problema práctico, perdónenme que sea sincero: los pueblos originarios no son negocio político en nuestro país, porque están aislados, porque no son suficiente número de votos. Eso es un problema serio: debido a eso se los invisibiliza. ¿Cuántas veces se nos ha dicho, no, no tenemos indios; somos un país totalmente blanco? Invisibilización.

Hay que salir de la invisibilidad. La realidad hay que modificarla pero antes de modificarla hay que reconocerla. Salir de la invisibilidad significa fortalecer la lucha de nuestros pueblos originarios y fortalecer la búsqueda del camino para sus reivindicaciones. Creo que los porteños tenemos el deber de hacer todo lo posible para facilitarle la mayor asistencia técnica a nuestros colegas que están empeñados en la lucha jurídica por la reivindicación de los derechos de nuestros pueblos originarios. Como universitarios también creo que tenemos el deber de profundizar el estudio y la investigación de nuestro derecho indígena.

Sinceramente creo que estamos en deuda desde esta ciudad de Buenos Aires, y que es muy bueno que estas cosas se hagan en la ciudad; que vayamos creando conciencia y que podamos ampliar esta conciencia. Creo que es urgente la actividad jurídica de abogado, y la actividad universitaria en este sentido. Creo que es urgente porque se están destruyendo hábitos que son absolutamente irrecuperables. Hay que moverse rápido deteniendo esa destrucción. Creo que es nuestro deber como capitalinos, como beneficiarios de una cantidad de beneficios de esta república, que tenemos por vivir acá. Ese privilegio nos crea un deber moral, ético: en este momento creo que uno de los principales deberes morales y éticos es apoyar estas reivindicaciones.

Este texto corresponde al debate alrededor de la película La Nación Mapuce, de la directora Fausta Quattrini, que tuvo lugar el pasado 15 de julio en el Colegio Público de Abogados de Capital Federal, con un panel compuesto por la portavoz de la Confederación Mapuce de Neuquén, Verónica Huilipan; el consejero de la Embajada de Suiza en Buenos Aires Eric Mayoraz; el abogado de la Confederación Mapuce de Neuquén Dr. Juan Manuel Salgado; y el ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, Dr. Raul Zaffaroni.

La Nación Mapuce se dará todos los jueves y viernes de agosto a las 19, con debate posterior (excepto el jueves 7) en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. El viernes 8 participarán del debate la doctora en Derecho Constitucional de la UBA Silvina Ramírez y el representante de la Confederación Mapuce Roberto Ñancucheo. El jueves 14, la doctora en Ciencias Antropológicas de la UBA Diana Lenton, y el representante de la Confederación Mapuce Florentino Nawel.

sábado, 21 de junio de 2008

Mensaje en una botella


Cuando llegó el fín del mundo la gente estaba sobre aviso. Habían aparecido signos concretos, el deshielo del ártico, las huelgas de camiones por falta de combustible y una interminable legión de idiotas que gobernaban países y monstruosas compañías eran solo algunos de los síntomas.

Cuando finalmente empezaron a derrumbarse las estructuras que sostenían las mezquinas rutinas de la gente, era definitivamente tarde. Pero tarde había sido antes, cuando los otros se habían adueñado de la civilización y la habían moldeado a su antojo. Este no era el fín de una civilización ni de una cultura, era, literalmente, el fín del mundo. Es decir que no habría más amaneceres, ni lunas llenas, ni amor por Internet, ni cartas entre hermanos. No habría más trenes atravesando la India, ni coches abarrotados en la Palmetto Expressway, ni toboganes ni bolas de basket. Nada. Si la causa del desastre era la negligencia y estupidez de los poderosos y los débiles o si se debía a la simple marcha de la historia que en algún momento termina, podía haber sido tema de debate. Pero no habría más debate. Porque el Apocalipsis estaba ya instalado como en un Guernica interminable. Ahora no eran unos cuantos aviones de la incipiente Luftwaffe arrojando dinamita sobre los caballos y los hombres. Era peor, era el fín, que se venía anunciando en los telediarios sin demasiada convicción pero con firmeza. Cuando llegó el fin la gente recordó a todos esos comentaristas sesudos debatiendo temas vitales para el futuro de la humanidad. Pero también fue consciente de lo inútil que sería seguir considerando todas las variables que habían llevado al caos. Simplemente se preguntó cuando sería su turno. Esto no era Auschwitz, donde un grupo de idiotas sádicos se había adueñado de la muerte. Pero no era peor, porque aquí la razón no podía hallarse en una sola variable, en la maquinación de un grupo de psicópatas. Tal vez eso era lo único que salvaba la situación, porque aquello no podría ser superado en su horror. Por suerte, pensaban algunos analistas, ha llegado el fín sin que ningún horror pueda superar aquello.

Cuando dejaron de funcionar los coches la gente se manejó a pie y en bicicleta, luego volvieron los caballos. Cuando los niños dejaron de ir al colegio todos se quedaron en sus casas y aprendieron con ordenadores. Cuando se terminó la energía hubo vuelta a energías más limpias y alternativas. Alguien sabía que un grupo se había ido al espacio, donde finalmente estaba demostrado que la vida era posible en Marte. Pero reconstruir la civilización humana allí hubiera sido una entelequia tan difícil como parar el Apocalipsis. Cuando dejó de haber alimentos para todos se volvió a sociedades tribales y basadas en la rapiña y la expropiación. Los episodios de saqueos y violencia indiscriminada, la vuelta a las murallas y los ejércitos pagos fue un eslabón más en la cadena de desastres. Cuando dejó de haber policía por falta de medios no fue necesario inventar una nueva, la institución policial represiva, al igual que el estado represor, había caído por su propio peso. En un momento dado todos dejaron de pagar impuestos, los semáforos dejaron de funcionar, no hubo más ministerios, ni gobiernos locales, ni medios para subsistir más allá de la propia voluntad aniquiladora del vecino.

Cuando llegó el fín del mundo yo estaba sentado junto a una ventana, mirando como el color del mar se teñía de rojo y unas barcas a vela desaparecían en el horizonte. Tal vez las barcas eran piratas, o huían de algún saqueo terrestre o en le mar. La ventana era lo único que le quedaba a una casa que estaba siendo demolida por una horda de semi adolescentes con esvásticas y cabezas rapadas. Ya habían venido por mis hijos, pero había tenido la previsión de refugiarlos en lugar seguro, en un sótano tan lúgubre como los que había en el Gueto de Varsovia. Pero esto no era el Gueto de Varsovia. Los nazis reciclados que venían a buscarme estaban tan desarticulados que ni recordaban por que usaban esos signos.

La legión de idiotas que se había adueñado de los escasos recursos disponibles no había tenido la previsión de salvar su pellejo. Para eso eran idiotas. Poco antes del último desastre todo el mundo se había vuelto mezquinamente sumiso. Más que nunca los empleos se convirtieron en trabajo esclavo, todo el mundo sometido a unos regímenes de cama caliente, con trabajos de 22 horas diarias y turnos imposibles de cumplir. Primero fueron centros de atención telefónica para desastres, con los cuales se lucraba sobre la base de necesidades de una población cada vez más cercada. Luego eran trabajos de reconstrucción especulativa de sectores de las ciudades que iban desapareciendo. Finalmente fueron trabajos de transporte de heridos y muertos gestionados por empresas privadas. Y más cerca del fín, simplemente dejó de haber trabajo y la gente vagaba desesperada buscando un mendrugo. Los mares subieron, las calles se inundaron. Comenzaron a llover gotas de ácido que infectaban lo que tocaban y horribles enfermedades liquidaban a la gente en horas.

Ahora que me vienen a buscar estos imbéciles sé que no me rendiré sin luchar, sin terminar estas líneas que relatan a grandes rasgos lo que ha pasado. Tal vez en otro tiempo alguien encuentre este texto y junto con algún otro documento pueda reconstruir el principio y el fin de las cosas. Para que hacerlo escapa a mi conciencia en este momento, ya que intentaré saltar por la ventana y mantenerme vivo un rato más, corriendo por los restos de la ciudad demolida por el viento.

domingo, 8 de junio de 2008

Cayucos, manual de usuario



Cayucos, manual de usuario
LUIS ROCA ARENCIBIA 08/06/2008


El paraíso que buscan los inmigrantes se troca demasiadas veces en infierno: pobreza, marginación o incluso una muerte terrible en el mar. Ellos mismos se lo advierten a sus compatriotas en un documental.
En 2003, los cineastas Chus Barrera y Alicia Fernández Carmena recabaron testimonios de subsaharianos que arribaban de forma clandestina a las costas canarias. El objetivo era hacer llegar su experiencia a otros potenciales emigrantes en sus propios países. En el documental Europa, ¿paraíso o espejismo?, los inmigrantes narraban la peligrosidad de la travesía y advertían, a quien quisiera imitarles, de los inconvenientes de la vida en Europa, un lugar muy distinto al que imaginaban, aún más inexpugnable cuando caían en la cuenta de que habían desembarcado a casi dos mil kilómetros de la plataforma continental. Les pedían que desconfiaran de quien habla de la emigración como un viaje al paraíso. Recelar de quien les propone comprarlo por 3.000 dólares. Sospechar de quien promete empleos bien remunerados y un recibimiento con los brazos abiertos. La iniciativa estaba auspiciada por la ONG española Nimba. Tras esta primera experiencia, presentan ahora Djiarama (Bienvenidos), un segundo documental que recoge las reacciones del público africano ante la proyección del primero. Éste es el relato de quienes han querido llegar al mismo corazón del problema con la esperanza de sanarlo.

Alicia Navarro, de 47 años, es cónsul de la República de Guinea (Guinea Conakry) desde 1996. La representante en España de este país con 9,5 millones de habitantes, de mayoría musulmana y gobernada desde 1984 por Lansana Conté. Navarro mantiene relación con Conté desde que, a los 23 años, una avería en un avión le hiciera entablar amistad con la primera dama del país, una de las dos esposas oficiales del presidente. La cónsul es una de las máximas conocedoras europeas del África subsahariana. Se lamenta del poco conocimiento que demuestran los poderes públicos españoles y de la UE, y de las estructuras de corrupción “soterradas” que Occidente ha creado en torno a África.
A través de Nimba, Navarro ha llevado a cabo varios programas de ayuda, especialmente con “su país”. Uno de sus logros fue que la ablación y la fibulación fuesen penalizadas. “Los imanes decían que la ablación era un mandato escrito en el Corán. Comprobé que en ninguna parte aparecía nada semejante. Con mis pruebas fui al presidente. Tuvo que rectificar. Recuerdo con horror los viernes, cuando sacaban los féretros de las niñas que morían desangradas”. De la fibulación se habla menos. A la hija preferida se le cosen cruzadas en los labios vaginales dos ramitas. Ahí quedan incrustadas. Cuando llega la hora, la presión del pene sobre los palos hace un efecto tijera que secciona el clítoris. Dicen que proporciona un placer especial al esposo.
Pero volvamos al documental. Chus Barrera y Alicia Fernández Carmena han dirigido los documentales de Nimba. El primero, Europa, ¿paraíso o espejismo?, fue mostrado en 2005 en Guinea Conakry a dos millones de personas en proyecciones masivas: en mezquitas, en un campo de fútbol, en plazas públicas y por la televisión estatal. Logró una reducción de la emigración del 70%, según la policía española. Por el trabajo, la cónsul Navarro obtuvo la Medalla al Mérito Civil. “Hay dos tipos de inmigrante. El que es captado con mentiras por las mafias para hacer negocio, y el que está convencido de que salir del país les procurará un futuro mejor. El segundo tipo, la minoría, logra el dinero con aportación de toda la familia y es el más fuerte del clan”. Por eso, si el viaje no da resultado, el fracaso se multiplica en el país de origen.
CANARIAS ES EL FRONTÓN donde más espectacularmente ha golpeado la inmigración últimamente. No son raras fotografías como la del turista inglés flotando en su colchoneta en Los Cristianos mientras pasa un cayuco con 40 africanos a bordo. “Hubo meses, en 2001, en que se hablaba de la llegada de 40 personas y más de 600 desaparecidos. Hoy logra llegar el 60% de los que salen”, apunta Navarro. Según la UE, en los últimos años han muerto más de 10.000 personas tratando de alcanzar Canarias desde África. “Viví situaciones espeluznantes. Como la identificación del grupo de inmigrantes momificados que llegó al Caribe en un barco a la deriva”.
DESPUÉS DEL ÉXITO de Europa, ¿paraíso o espejismo?, Nimba quiso extender la experiencia a Malí y Senegal. Volver a proyectar el documental para grabar las reacciones de los espectadores, generar un debate, conocer su predisposición a emigrar, sus motivaciones. Y hacer con todo ello otro documental. La ONG pidió ayuda a las autoridades españolas. Pero no sólo se la “negaron”, sino que les “robaron la idea con una copia burda”. El Gobierno español ideó una serie de spots publicitarios “carísimos y desafortunados”, según Chus Barrera, y los proyectaron en Senegal. “Usaron vivos para hacerlos pasar por muertos, algo prohibido por el islam… ¡Un desastre!”, dice Fernández.
Nimba consiguió 20.000 euros del Gobierno canario y realizó en 2006 una serie de proyecciones en países africanos que se convirtieron en el documental Djiarama (Bienvenidos). Cuentan con la colaboración desinteresada de El Deseo, la productora de los Almodóvar, y de Antonio Carmona, que les compuso la música. “Usé sólo una guitarra que señala el lugar donde está la verdad: la pantalla”, dice el compositor. Es un trabajo emocional. Sentí que tenía que aportar mi granito de arena”.
“Para Djiarama hicimos siete proyecciones en lugares pequeños”, explica Chus Barrera. “Una vez que proyectamos Europa, ¿paraíso o espejismo? ante 20.000 espectadores en un estadio hubo tumultos cuando una mujer reconoció a un hermano entre los muertos”. Esta vez se optó por mostrar las imágenes en hospitales, escuelas, centros cívicos, bares, asociaciones. La proyección del Lycée Bonfi, ante chicos de 13 a 17 años, es la que más les impresionó.
La conclusión de Djiarama es contundente, dice Navarro: “Los africanos no tienen ningún interés en venir, en contra de lo que se piensa en Europa. Pero necesitan medios. La solución es tan simple como darles la herramienta y dejarles trabajar en su territorio. No trastos inútiles como cuando un Gobierno envió quitanieves. Ni tampoco dinero, porque nunca llega a su destino, y en el caso de que lo hiciera, allí no serviría de nada. La solución es más barata de lo que piensan los Gobiernos europeos que se quejan de la inmigración”. Alicia Fernández carga: “No sería la primera vez que el dinero de ayuda acaba en una cuenta en Suiza”. Barrera apunta: “Tampoco es recomendable contar con los diplomáticos, porque suelen estar a sus asuntos. Hacen negocio con la emigración”. Y Navarro dispara: “Muchos vienen a hacerse la foto”.
El desenlace de la trilogía que pretende culminar Nimba está por ver. Barrera y Fernández quieren recuperar el rastro de los inmigrantes que grabaron en 2003 para Europa, ¿paraíso o espejismo? Sólo han localizado a dos. La historia de Dieli Touré es ilustrativa. La cuenta Alicia Navarro: “Después de llegar a Canarias y permanecer semanas entre el centro de retención y tirado por la calle, a un político canario se le ocurrió fletar aviones de madrugada y mandarlos a Madrid”. El guineano llegó a la gran ciudad con los mismos recursos (ninguno), pero aún más perdido. “Alguien le dio unas señas que le obligaban a cruzar a pie la M-30. Fue atropellado. Quedó tetrapléjico. Hoy está en Las Palmas acogido por la ONG. Pendiente de ser repatriado”. Su vuelta a Guinea quizá sea lo único que evite que su vida se desvanezca a negro.

sábado, 7 de junio de 2008

Alta en el cielo, un águila gerrera


Axel Casino está preso. Lo leo en Internet. Y eso explica lo que pasó aquella mañana de 1982.

El Teniente Coronel nos reunió en el patio de la bandera. Después, todos los cursos, de primero a octavo, desde los más pequeños de 11 de primer año hasta los últimos de octavo de 18 años fueron llevados al gimnasio. Y comenzó el interrogatorio. Era un día tan oscuro como cualquier otro. Desfilamos un rato hasta que cada curso encontró su posición, los celadores nos acomodaron en hileras parejas, de menor a mayor, tomando distancia. Después fueron pasando por las filas , la Regente y el Teniente Coronel Retiro Efectivo. Nos fueron interrogando de a uno y de a tres.

Solo ahora cobra sentido lo que sucedió esa mañana, lo que pasó con Axel Casino, el Chato. Éramos inseparables los cuatro. Los otros tres éramos el Tero, la Morsa y yo, el Pescado. A la luz de los años pudo entenderse que fuera un reprimido, que fuera el mejor de la clase y que jamás hablara de una mujer que le gustara, como hacíamos los otros tres. Pudo entenderse luego su opción, pero ahora, a la luz de la noticia que leo en el periódico, una nueva explicación se instala.

Las primeras veces que lo cagábamos a palos entre los cuatro al Cerdo era divertido. Después se tornó rutina. Los años no parecían cambiar, pero todo cambiaba de un año a otro. Se sucedieron Videla, Viola y Galtieri, había que luchar contra los ingleses, había que vitorear a nuestro equipo de fútbol celeste y blanco hasta que las gargantas no dieran más. Ya éramos campeones del Mundial, pero después vino el Juvenil de Japón, después invadimos Malvinas, siempre había un motivo para ser más patriota que antes. Eran años fríos en que se cantaba la Aurora mientras se izaba la bandera. Ya no quedaba nada de aquel rumor que se había llevado la vida de unos cuantos, decían que sesenta. Sesenta desaparecidos. No se sabía que había pasado con los desaparecidos, no se sabía que había desaparecidos. Los desaparecidos eran invisibles. Invisibles como nosotros, que tomábamos dos colectivos a la madrugada y llegábamos siempre tarde, cuarto de falta. Cuando entrábamos ya habían cantado la Aurora y el viento cortaba la respiración. Salían burbujas de humo de las bocas, se agarrotaban las manos, se deslizaba uno por la rampa con los mocasines gastados y los dedos de los pies congelados mientras no se viera a la Regente de Estudios increpando “sin patinar, señor, la corbata señor”. Entonces empezaba la mañana y uno estaba definitivamente en el Belgrano.

El Cerdo llevaba una campera con la banderita inglesa en plena Guerra de Malvinas, por eso había que cagarlo a palos. Pero cualquier excusa era buena, porque el Cerdo era un tipo culto, instruido, de familia rara. Comunistas, decían después, ya en el 83, cuando cada cosa empezó a llamarse por su nombre. Había que cagarlo a palos seguido al Cerdo. Literalmente a palos, porque no se lo dejaba sin un moretón, había que pegarle fuerte, que le doliera, con algo contundente. La Aurora, la canción de la madrugada, se llamaba como Aurora, la nena de 4ª que me gustaba. Fue la primera que me gustó, pero más adelante me gustaron todas. Creo que fue la desesperación y una actividad hormonal exacerbada por la ausencia de toda realidad de contacto, la que me llevó a desear desenfrenadamente al sexo opuesto. Lo mío era indiscriminado. Sumergidos en fantasías lacerantes, a veces compartidas, no había chances de efectuar el lance, la charla, ni hablar del beso o del soñado contacto erótico. Simplemente no estaba en los cánones de la realidad lograr hazañas así. Por eso pegarle al Cerdo y a otros como él, al Enano, al Forro, al Tero, era una especie de alivio mezquino. También nos desquitábamos al fútbol, cuando montábamos los equipos y dejábamos afuera a unos cuantos chotos. Éramos seres superiores, traídos del olimpo de los vencedores, si bien en las olimpíadas internas siempre nos ganaban los de 4ª y quedábamos últimos. Ahora que lo pienso, las de 4a eran las más bellas. Aurora era de 4a, también Miriam, Fernanda, Karina, Alejandra. Nombres bellos, que ojos, que misterio atroz se escondía bajo esos guardapolvos blancos. ¿Qué podríamos haber perdido si un día las encarábamos, si las invitábamos a algo? Si a través de un simple saludo o un gesto de aproximación las hubiéramos convertido en seres reales tal vez les robábamos para siempre ese aura de muñecas divinas.

En el Belgrano el frío se colaba tan hondo que solo en el aula de Taller, al fondo del sótano debajo de la Cooperadora, se respiraba aire cálido. Cualquier otro aula era helada como los patios. La intervención militar no había pensado ni en los calefactores, ni en reponer los numerosos vidrios rotos. No se había considerado que para aprender había que sentir calor en el cuerpo. Ni siquiera en la cantina se dejaba de sentir el hielo. “Dedos largos” como apodaban al viejo de la caja, un viejo que se metía cada tanto el dedo en la nariz y con el mismo dedo tecleaba los duros números de la registradora para cobrar el menú tampoco había pensado en el calor de sus comensales. Los patios eran especialmente atroces, porque a algún arquitecto creativo se le había ocurrido que los grandes espacios abiertos con orientación Este eran excelentes para que circulara el aire. Había columnas gigantes, techos de más de 200 metros de alto. El monumento era un homenaje a una obra similar que habían hecho en un lugar muy cálido de la India, Calcuta tal vez. Pero en Córdoba capital lo que se producía era un efecto ártico, con un viento helado que atravesaba a unos 100 km por hora cualquier abrigo, haciendo descender la temperatura del cuerpo a niveles polares. El frío de la mirada de López, el mejor amigo del Teniente Coronel, tipo robusto y parco, no impedía que el taller se considerara como un refugio. López no decía nada salvo que uno estaba bochado y aún así el aula de Taller era el lugar más cálido de la escuela. Aunque solo fuera un sótano que más bien parecía una mazmorra. Por alguna razón le tenía miedo a ese tipo, a López, que estaba a cargo de una materia tan estúpida como un taller de manualidades creativas. No temía a otros como a Facundo Almada de contabilidad, que no dejaba que nadie promoviera, salvo una contada elite. Tampoco me atemorizaba la Rata Churita que era el terror de matemáticas. Ni a la vieja Zárate que hubiera hecho odiar la física al mismísimo Einstein. No le tenía miedo a nadie, salvo al Sr López, el hombre que nos daba las clases “creativas” en el oscuro y tibio sótano.

El Teniente Coronel que dirigía la escuela nos lo hacía saber cada mañana en un breve discurso admonitorio: nos debíamos a nuestra patria y a nuestra bandera. En gimnasia nos hacían desfilar: izquierda, izquierda, izquierda derecha izquierda. Como si la única derecha fuera mejor que todas las izquierdas juntas. Aprendíamos a amar a nuestro país desde temprano. Desde las cinco y media de la madrugada para ser más preciso, hora en que había que levantarse y no desayunar porque se pasaba el 158 de las seis y cuarto, el verde, el que dejaba en el centro. Había que caminar quince minutos en la oscuridad del barrio periférico para llegar a la parada. Luego todavía había que tomar el 129, el azul y se llegaba al cole tarde, siempre tarde, cuarto de falta. En total era una hora y media de viaje, contando las extensas caminatas. Ni los colectivos eran puntuales ni uno era lo suficientemente rápido en la mañana azul. Hacía tanto frío a esa hora que uno hubiera llorado porque un vehículo cualquiera se parase y le diese a uno una bocanada de calor y lo llevara a destino. Uno hubiera soñado con no tener que apretujarse una hora en un colectivo abarrotado de sonámbulos. Cuando alguna vez lograba que me llevase mi padre, aunque más no fuera a la parada, que por alguna oscura razón del destino el viejo se hubiese levantado conmigo, la cosa sonaba a milagro. Un milagro hubiera sido también que Aurora me distinguiese del resto de los imbéciles con corbata azul que poblaban los helados patios del cole, que aunque sea me hubiera dedicado una mirada.

Los años pasaron casi sin que nos diéramos cuenta. Fueron tantos años y estábamos tanto tiempo juntos los cuatro que nos terminamos queriendo con la Morsa, el Tero y el Chato. “Pescado, este fín de semana en el Santo Tomás”, era la contraseña para pasar un viernes al sol, de chupina. “Sos un bramón Pescado” eran frases que solo nosotros entendíamos, teníamos nuestro propio idioma, nuestras consignas y nuestros enemigos a los que abatir. Hacíamos cosas al final de la semana, fuera del cole. Nos reuníamos, hablábamos noches enteras. Algunos hasta lograron arrimarse al sexo opuesto, después de tanto hablar. Al final de la dictadura, cuando aflojó un poco la represión y se respiró un aire de más convivencia hasta algo de política hablábamos. Íbamos a las “americanas” con la botella de Coca Cola bajo el brazo, las chicas llevaban las papas fritas y pantalones baggy y carpinteros. Escuchábamos Flash Dance e imitábamos a John Travolta. El estilo Fiebre de Sábado a la Noche nos incitaba a sacar a bailar chicas remilgadas, tontas, histéricas, que no pasaban de ser un sueño más que nos dejaba vacíos como cuando hablábamos de ellas.

Solo ahora, que he leído extensamente el artículo que menciona a Axel, entiendo lo que pasó aquella mañana de 1982. Nos separaron en grupos de tres y nos interrogaron en los gabinetes psicopedagógicos. Allí era donde se controlaba la calidad de la enseñanza impartida y la salud psíquica de los alumnos. Eran unas cajas sin techo separados con dos puertas como caballerizas. Mientras uno era interrogado los otros dos primero esperaban afuera, luego se iban alternando las respuestas y los careos. Los cuestionarios se prolongaron todo el día y se extrajo la conclusión de que a Patricio Herrera no lo había matado nadie. La versión oficial dictaminó que había sido él mismo el que había subido al techo de hormigón y se había tirado a la calle Rioja desde 200 metros de altura causándose una muerte instantánea.

Axel Casino, el chato, nos confesó el año pasado a sus tres camaradas, por separado, que es homosexual. A mí me citó en un bar de Madrid, donde vivo con mi mujer y mis cinco hijos. Frente al teatro García Lorca se confesó:

-Siempre me gustaron los hombres Pescado- me dijo- Estoy en pareja, soy feliz. – Le noté un destello extraño, casi devoto en la mirada cuando me habló de su amor.

Todos reaccionamos bien, lo aceptamos.

Solo ahora entiendo que Patricio Herrera, el macho, el campeón de Rugby, había sido su amor de adolescencia. Entiendo que aquella historia había sido alimentada en los pasillos y en los baños. Que había sedimentado en los vestuarios, que había sido exagerada por la fantasía. Esa historia olvidada y confusa había sido la más trágica de nuestra secundaria. Tanto Axel como Patricio habían ocultado lo suyo a las psico pedagogas, compañeros y demás inquisidores. El mismo Chato tuvo que explicarle al teniente coronel y a la regente que vio por última vez a Patricio solo sobre el techo de hormigón, lo que selló la hipótesis final de las autoridades. Ahora que leo que Axel Casino está preso por matar a su pareja, por tirarlo de un balcón, lo entiendo. Lo hizo otra vez, igual que esa mañana de 1982.

domingo, 11 de mayo de 2008

La revuelta contra el destino

La fundación de Israel hace 60 años fue "una revuelta contra el destino", asegura el ex ministro de Exteriores Shlomo Ben-Ami. Es vital, añade, alcanzar un acuerdo histórico con los palestinos que legitime el Estado judío a ojos de quienes se creen sus víctimas

Shlomo Ben-Ami 11/05/2008

Vota
Resultado Sin interésPoco interesanteDe interésMuy interesanteImprescindible 2 votos
Imprimir Enviar

Israel es uno de los grandes ejemplos de éxito de la era moderna. Un país que renació a partir de supervivientes del Holocausto y comunidades judías desarraigadas, salidas del polvo de la anarquía en imperios desintegrados. Judíos de distintos orígenes y con diversos modos de vida convergieron en la tierra de sus oraciones cotidianas procedentes de lugares tan diversos como los guetos de Europa del Este y los confines de Occidente; los campos de refugiados de un continente que se había convertido en una enorme fosa común para los judíos europeos y las mellahs de Fez y Marraquech; una Unión Soviética en proceso de desintegración, con una minoría judía silenciosa que huyó en busca de una nueva patria, y los desiertos de Etiopía, desde los que una vieja y olvidada diáspora judía marchó con ansiedad al encuentro de sus raíces milenarias.

La noticia en otros webs

La brecha entre laicos y religiosos, árabes y judíos, ricos y pobres puede acabar en una explosión violenta

La paradoja se ilustra con la coexistencia de un sentimiento de poder y un apocalíptico temor a la aniquilación

Los avances en el proceso de paz se han debido casi siempre a pasos de los árabes, no de los israelíes

El conflicto actual no es una colisión sobre territorios y fronteras, sino un choque de derechos y recuerdos

Casi todas las revueltas son rebeliones contra un sistema; el establecimiento del Estado de Israel fue una revuelta contra el destino. A diferencia de los colonialistas europeos, que actuaban como cabezas de puente de los intereses estratégicos de la madre patria, el sionismo buscaba cortar los vínculos de los judíos con sus países de origen, un nuevo comienzo, una ruptura radical con la historia judía. El sionismo fue una revolución social y cultural que en sus inicios creyó, lleno de inocencia, que ni siquiera necesitaría el uso de la fuerza para reafirmarse. Cuando los primeros sionistas hablaban de "conquista", se referían a "conquistar" la naturaleza y el desierto.

Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que "conquista" significaba no sólo el regreso a la tierra, sino librar una guerra y desposeer a las comunidades árabes locales. La revolución sionista, por consiguiente, hizo que los judíos tuvieran que destacar como agricultores y como guerreros, dos actividades con las que nunca había estado identificado su estereotipo.

Hoy, los israelíes pueden estar orgullosos del crecimiento de su economía, debido sobre todo a la calidad de su capital humano; han creado una de las agriculturas más innovadoras del planeta, y han resucitado la vieja lengua hebrea para convertirla en la lingua franca de la nueva nación. Y han sostenido, contra todo pronóstico, una democracia que, pese a sus imperfecciones y a que a menudo es peligrosamente disfuncional, tiene una energía asombrosa.

Pero ahora, en su 60º aniversario, Israel se encuentra en una encrucijada fundamental. Nunca como ahora ha sido tan apropiado el tópico. Está en juego nada menos que el destino del Estado. Al fin y al cabo, fue el propio primer ministro israelí quien advirtió de que, si Israel sigue empantanado en los territorios ocupados y no se crea un Estado palestino, la consecuencia podría ser "el final del Estado judío".

Igualmente acuciantes son los desafíos internos del país. Sesenta años después de la creación del Estado, siguen existiendo tremendas brechas entre laicos y religiosos, judíos y árabes, pobres y ricos, el centro y la periferia, y cada una de ellas puede acabar en una explosión violenta. Ahora que la sociedad monolítica que los padres fundadores encarnaron en el sabra, el "hombre nuevo" de la revolución sionista, está fragmentada en un tenso tapiz multiétnico compuesto por judíos y por una importante minoría árabe relegada, por una prolífica comunidad ultraortodoxa que vive de subsidios estatales y por nacionalistas religiosos que defienden una corriente mesiánica del sionismo, por una inmigración rusa de calidad y una comunidad etíope marginada, por judíos orientales que siguen luchando para incorporarse a la clase media y askenazíes acomodados, y por un centro rico y una periferia pobre, Israel todavía tiene que resolver los peligrosos desequilibrios en su estructura social. Y por muy creativa que pueda ser su economía, la carga del gasto militar está menoscabando gravemente las inversiones del país en educación e investigación científica.

En sentido metafórico, la psique nacional de Israel oscila hoy entre Tel Aviv y Jerusalén. Tel Aviv es la evolución moderna de un Israel que adopta la cultura del laicismo, el hedonismo y el crecimiento económico. Tel Aviv cree en el Estado de Israel como entidad legal, distinta del concepto peligrosamente amorfo y confesional de "Eretz Israel" de los de Jerusalén. Tel Aviv ha sustituido el espíritu pionero de los primeros años por las tentaciones de la modernidad, el liberalismo y la "normalidad". Aspira a formar parte de la "aldea global" y dejar de ser una "aldea judía" aislada y provinciana, como le gustaría a Jerusalén. El Israel de Jerusalén considera que el ansia de normalidad de Tel Aviv es un deseo superficial y de una indiferencia casi criminal hacia las profundidades de la memoria y las enseñanzas de la historia judía. El Israel de Jerusalén es el de la búsqueda de las raíces judías, el miedo abismal a "los árabes" y una desconfianza constante de los "gentiles" y su "comunidad internacional".

Israel nació con una guerra y ha vivido guerreando desde entonces. Pocas veces en la historia ha ocupado un movimiento nacional la tierra prometida con el brillante despliegue de savoir faire diplomático y habilidad militar que mostraron los sionistas en su camino hacia la creación del Estado, hace 60 años. Ahora bien, la sobrecogedora victoria de Israel contra tres ejércitos árabes en 1967 representó su grandeza, pero también el inicio de su declive moral y político. Cuarenta y un años más tarde de aquella guerra, Israel sigue sin poder escaparse de la corrupta ocupación de los territorios palestinos ni de la locura de la expansión de los asentamientos.

Esa iba a ser la paradoja de la existencia de Israel a lo largo del tiempo, un sentimiento de poder unido a un miedo constante a la aniquilación. La historia de Israel se ha caracterizado por una reacción traumática a cualquier iniciativa que afecte a su seguridad física. Y la experiencia histórica de los judíos tampoco facilitaba la conciliación. La crisis de la conciencia judía en la traumática transición desde el Holocausto hasta la creación del Estado no está aún totalmente superada. Israel siempre ha optado por una interpretación fatalista de los retos regionales. Al ser la respuesta territorial al miedo atávico de los judíos, ha sido demasiado tiempo incapaz de derribar las paredes de su legado. Su desafío más urgente hoy es llevar a cabo un cambio drástico de estrategia y vencer la tendencia tradicional de sus dirigentes a tomar decisiones basándose siempre en las hipótesis más pesimistas.

Una característica desgraciadamente repetida en el conflicto árabe-israelí es que ninguna guerra en la que los árabes han quedado humillados ha desembocado nunca en un acuerdo de paz, del mismo modo que ninguna guerra resuelta con una victoria aplastante de Israel ha hecho que sus dirigentes fueran unos vencedores magnánimos. Los avances hacia la paz se han debido casi siempre a pasos que han dado los árabes, no los israelíes. Así ocurrió con la guerra de 1973, que inició el presidente Sadat con el fin de obligar prácticamente a Estados Unidos a mediar en un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, y también con la Intifada palestina de 1987, que obligó a Israel a abandonar la cómoda política de la inercia y emprender un proceso que iba a culminar en los acuerdos de Oslo.

En su 60º aniversario, Israel se enfrenta a un siniestro dilema. La solución de dos Estados que aseguraría que Israel siga siendo un Estado judío y democrático corre peligro si no se llega a un acuerdo con los palestinos. El que no lo hayamos conseguido hasta ahora tiene mucho que ver con la peculiar naturaleza del conflicto.

Lo que ha convertido el conflicto palestino-israelí en una disputa tan prolongada es su carácter total y absoluto. Porque no se trata sólo de un enfrentamiento por tierras ni de una disputa fronteriza cualquiera; es un choque de derechos y de recuerdos. El amor a los mismos paisajes, las reivindicaciones mutuamente excluyentes sobre tierras y lugares y símbolos religiosos, y el espíritu de desposeimiento que pretenden monopolizar las dos partes hacen que sus respectivas narraciones sean prácticamente irreconciliables. Es además una guerra de imágenes, imágenes contrastadas y demonizadas; una lucha entre dos mitologías nacionalistas que reclaman el monopolio de la justicia y el martirio. La historia de los desastres judíos y la instrumentalización que ha hecho el sionismo de ellos es una lección que los palestinos absorbieron con rapidez. Expulsión, exilio, diáspora, holocausto, regreso, genocidio, son palabras clave de judíos e israelíes que se han convertido en parte fundamental del espíritu nacional palestino.

Mientras que la paz con los Estados árabes es un asunto estrictamente político, basado en la restitución de las tierras, la paz con los palestinos es un intento casi de romper el código genético del conflicto árabe-israelí -y tal vez incluso de la disputa entre judíos y musulmanes- que afecta a los derechos de propiedad religiosos e históricos. El hecho de que Arafat no obtuviera la paz para su pueblo tuvo mucho que ver con su resistencia intrínseca a ser el primer y único dirigente árabe dispuesto a reconocer las extraordinarias raíces históricas y religiosas del vínculo entre los judíos, su patria milenaria y sus lugares sagrados.

En la historia ha sido frecuente que los movimientos nacionales, que casi siempre están formados por un ala radical y un ala pragmática, hayan tenido que escindirse para alcanzar la tierra prometida. El consenso equivale a negar la autoridad, y muchas veces es una receta para la parálisis. Un ejemplo es el sionismo. Si el ultranacionalista Irgun de Menájem Beguin hubiera formado coalición con el pragmático Mapai de Ben-Gurion en 1947, los sionistas habrían rechazado la partición de Palestina, y Ben-Gurion no habría podido proclamar el Estado judío hace 60 años.

Pero, por otro lado, no hay que elevar este concepto a la categoría de dogma. En el caso palestino, y con la falta de una autoridad histórica como la que Arafat proporcionaba, es inconcebible que el ala radical, Hamás, quede apartada del proceso de construcción del Estado palestino. Un grave déficit de democracia podría reducir más todavía las posibilidades de paz.

El movimiento sionista permitió a los judíos recuperar sus derechos y les dio una llave para el futuro gracias a una combinación particular de razón democrática y razón utópica. Esas mismas herramientas deben ahora utilizarse al servicio de la tarea más vital que aguarda al Estado judío: la de poner fin al conflicto con el mundo árabe, en especial con los palestinos. Los judíos no sobrevivieron a todos los horrores del exterminio sólo para terminar encerrados tras los muros de sus propias convicciones, seguir pensando que tienen la razón y permanecer inamovibles. Sobrevivieron para encontrar una solución a lo que durante largo tiempo ha parecido un problema insoluble, el de convertir el Estado judío en una realidad legítima desde el punto de vista de quienes se consideran sus víctimas.

Shlomo Ben-Ami, antiguo ministro de Exteriores de Israel, es en la actualidad vicepresidente del Centro Internacional de Toledo para la Paz. Su último libro es Scars of war, wounds of peace: The Israeli-Arab Tragedy. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia


lunes, 28 de enero de 2008

Historias de Cronopios y de Famas





Julio Cortázar


Viajes

Cuando los famas salen de viaje, sus costumbres al pernoctar en una ciudad son las siguientes: Un fama va al hotel y averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas y el color de las alfombras. El segundo se traslada a la comisaría y labra un acta declarando los muebles e inmuebles de los tres, así como el inventario del contenido de sus valijas. El tercer fama va al hospital y copia las listas de los médicos de guardia y sus especialidades.
Terminadas estas diligencias, los viajeros se reúnen en la plaza mayor de la ciudad, se comunican sus observaciones, y entran en el café a beber un aperitivo. Pero antes se toman de las manos y danzan en ronda. Esta danza recibe el nombre de "Alegría de los famas".
Cuando los cronopios van de viaje, encuentran los hoteles llenos, los trenes ya se han marchado, llueve a gritos, y los taxis no quieren llevarlos o les cobran precios altísimos. Los cronopios no se desaniman porque creen firmemente que estas cosas les ocurren a todos, y a la hora de dormir se dicen unos a otros: "La hermosa ciudad, la hermosísima ciudad". Y sueñan toda la noche que en la ciudad hay grandes fiestas y que ellos están invitados. Al otro día se levantan contentísimos, y así es como viajan los cronopios.
Las esperanzas, sedentarias, se dejan viajar por las cosas y los hombres, y son como las estatuas que hay que ir a verlas porque ellas ni se molestan.

Comercio

Los famas habían puesto una fábrica de mangueras, y emplearon a numerosos cronopios para el enrollado y depósito. Apenas los cronopios estuvieron en el lugar del hecho, una grandísima alegría. Había mangueras verdes, rojas, azules, amarillas y violetas. Eran transparentes y al ensayarlas se veía correr el agua con todas sus burbujas y a veces un sorprendido insecto. Los cronopios empezaron a lanzar grandes gritos, y querían bailar tregua y bailar catala en vez de trabajar. Los famas se enfurecieron y aplicaron en seguida los artículos 21, 22 y 23 del reglamento interno. A fin de evitar la repetición de tales hechos.
Como los famas son muy descuidados, los cronopios esperaron circunstancias favorables y cargaron muchísimas mangueras en un camión. Cuando encontraban una niña, cortaban un pedazo de manguera azul y se la obsequiaban para que pudiese saltar a la manguera. Así en todas las esquinas se vieron nacer bellísimas burbujas azules transparentes, con una niña adentro que parecía una ardilla en su jaula. Los padres de la niña aspiraban a quitarle la manguera para regar el jardín, pero se supo que los astutos cronopios las habían pinchado de modo que el agua se hacía pedazos en ellas y no servía para nada. Al final los padres se cansaban y la niña iba a la esquina y saltaba y saltaba.
Con las mangueras amarillas los cronopios adornaron diversos monumentos, y con las mangueras verdes tendieron trampas al modo africano en pleno rosedal, para ver cómo las esperanzas caían una a una. Alrededor de las esperanzas caídas los cronopios bailaban tregua y bailaban catala, y las esperanzas les reprochaban su acción diciendo así:
¡Crueles cronopios cruentos!. ¡Crueles!
Los cronopios, que no deseaban ningún mal a las esperanzas, las ayudaban a levantarse y les regalaban pedazos de manguera roja. Así las esperanzas pudieron ir a sus casas y cumplir el más intenso de sus anhelos: regar los jardines verdes con mangueras rojas.
Los famas cerraron la fábrica y dieron un banquete lleno de discursos fúnebres y camareros que servían el pescado en medio de grandes suspiros. Y no invitaron a ningún cronopio, y solamente a las esperanzas que no habían caído en las trampas del rosedal, porque las otras se habían quedado con pedazos de manguera y los famas estaban enojados con esas esperanzas.

El Almuerzo

No sin trabajo un cronopio llegó a establecer un termómetro de vidas. Algo entre termómetro y topómetro, entre fichero y curriculum vitae.
Por ejemplo, el cronopio en su casa recibía a un fama, una esperanza y un profesor de lenguas. Aplicando sus descubrimientos estableció que el fama era infra-vida, la esperanza para-vida, y el profesor de lenguas inter-vida. En cuanto al cronopio mismo, se consideraba ligeramente super-vida, pero más por poesía que por verdad. A la hora del almuerzo este cronopio gozaba en oír hablar a sus contertulios, porque todos creían estar refiriéndose a las mismas cosas y no era así. La inter-vida manejaba abstracciones tales como espíritu y conciencia, que la para-vida escuchaba como quien oye llover tarea delicada. Por supuesto la infra-vida pedía a cada instante el queso rallado, y la super-vida trinchaba el pollo en cuarenta y dos movimientos, método Stanley-Fitzsmmons. A los postres las vidas se saludaban y se iban a sus ocupaciones, y en la mesa quedaban solamente pedacitos sueltos de la muerte


Inconvenientes en los Servicios Públicos

Vea lo que pasa cuando se confía en los cronopios. Apenas lo habían nombrado Director General de Radiodifusión, este cronopio llamó a unos traductores de la calle San Martín y les hizo traducir todos los textos, avisos y canciones al rumano, lengua no muy popular en la Argentina.

A las ocho de la mañana los famas empezaron a encender sus receptores, deseosos de escuchar los boletines así como los anuncios del Geniol y del Aceite Cocinero que es de todos el primero. Y los escucharon, pero en rumano, de modo que solamente entendían la marca del producto. Profundamente asombrados, los famas sacudían los receptores pero todo seguía en rumano, hasta el tango Esta noche me emborracho, y el teléfono de la Dirección General de Radiodifusión estaba atendido por una señorita que contestaba en rumano a las clamorosas reclamaciones, con lo cual se fomentaba una confusión padre.

Enterado de esto el Superior Gobierno mandó fusilar al cronopio que así mancillaba las tradiciones de la patria. Por desgracia el pelotón estaba formado por cronopios conscriptos, que en vez de tirar sobre el ex Director General lo hicieron sobre la muchedumbre congregada en la Plaza de Mayo, con tan buena puntería que bajaron a seis oficiales de marina y a un farmacéutico. Acudió un pelotón de famas, el cronopio fue debidamente fusilado, y en su reemplazo se designó a un distinguido autor de canciones folklóricas y de un ensayo sobre la materia gris. Este fama restableció el idioma nacional en la radiotelefonía, pero pasó que los famas habían perdido la confianza y casi no encendían los receptores. Muchos famas, pesimistas por naturaleza, habían comprado diccionarios y manuales de rumano, así como vidas del rey Carol y de la señora Lupescu. El rumano se puso de moda a pesar de la cólera del Superior Gobierno, y a la tumba del cronopio iban furtivamente delegaciones que dejaban caer sus lágrimas y sus tarjetas donde proliferaban nombres conocidos en Bucarest, ciudad de filatelistas y atentados

La Foto salió movida

Un cronopio va a abrir la puerta de calle, y al meter la mano en el bolsillo para sacar la llave lo que saca es una caja de fósforos, entonces este cronopio se aflige mucho y empieza a pensar que si en vez de la llave encuentra los fósforos, sería horrible que el mundo se hubiera desplazado de golpe, y a lo mejor si los fósforos están donde la llave, puede suceder que encuentre la billetera llena de fósforos, y la azucarera llena de dinero, y el piano lleno de azúcar, y la guía del teléfono llena de música, y el ropero lleno de abonados, y la cama llena de trajes, y los floreros llenos de sábanas, y los tranvías llenos de rosas, y los campos llenos de tranvías. Así es que este cronopio se aflige horriblemente y corre a mirarse al espejo, pero como el espejo esta algo ladeado lo que ve es el paragüero del zaguán, y sus presunciones se confirman y estalla en sollozos, cae de rodillas y junta sus manecitas no sabe para que. Los famas vecinos acuden a consolarlo, y también las esperanzas, pero pasan horas antes de que el cronopio salga de su desesperación y acepte una taza de té, que mira y examina mucho antes de beber, no vaya a pasar que en vez de una taza de té sea un hormiguero o un libro de Samuel Smiles.

domingo, 20 de enero de 2008

Visita




Ahora que Z ha subido a vernos desde Llobregat, pienso que no hay por que temer. Si bien Eugenia tiene razón, no hay que temer. Es cierto que no lleva medias, que no está atento a lo que uno le dice. Está deteriorado, Eugenia me lo remarca en la cocina mientras descorcho la primera botella. Z mira a los niños y los atraviesa con su voz, como si no los reconociera. También es cierto que me ha dicho que su vida durará poco, que no piensa ir muy lejos. Ha regresado de las islas y se ha puesto a buscar trabajo. Su cuñada está loca, depresiva y es lo único que sé de la gente con la que vive. Tampoco sé por que decidió emigrar, ni por que siempre vuelve a estar en punto cero, como nosotros. No hay por que temer, solo pasará la noche en casa. Eugenia se quedará con los niños, dormiremos en el cuarto de ellos todos juntos y él en el sofá. Hasta que arranque la noche nos quedaremos tomando vinos, recordando los viejos tiempos, haciendo un repaso de vidas ajenas y lejanas, que alguna vez fueron nuestras.

Ahora que Z está aquí lo pienso, es que estamos solos, no importa lo que hagamos. Ese pensamiento me azota hasta en la intimidad del hogar, cuando siento que he completado todos los anhelos de un ser pleno. Ahora me asusta, porque Z me refuerza la idea de la precariedad, de la permanente movilidad de nuestro pueblo destruido, de nuestra generación perdida.

Nuestro único anhelo ha sido salvarnos y aquí estamos, idos, siempre volviendo a comenzar, con una valija de esperanzas tan precarias como las pocas pertenencias que nos hemos podido agenciar en una vida de inquilinos del bienestar ajeno. Ahora que Z me cuenta que quiso regresar, entiendo que el regreso es imposible. Es una tautología, como si uno siempre quisiera recurrir a la misma parábola que en el fondo nos aplasta. Como la roca de Sísifo, que subía la cuesta y luego caía para atrás para aplastar a los que es empeñaban en hacerla llegar a la cima. Así es nuestro país, está lleno de esperanzas como esa. Esperanzas que finalmente nos dejan con la sola opción de huir.

Z está callado, se ha quedado sin palabras, también nos hemos quedado sin vino. Se nos acabaron los recuerdos, y los recursos para recuperar la memoria. Entonces percibo algo que me lleva al cuarto y a los niños y a decirle a Eugenia que baje por la escalera de incendios, que salga con los chicos por la ventana. Hay que huir en plena noche.
-¿ Así?
-Sí, así, ya no podemos seguir aquí, tenemos que irnos en este preciso instante.
-¿A dónde?
-No lo sé, solo podemos salir de aquí rápido, en dirección al mar.
Los tres niños y nosotros, nos hemos abrigado porque hace frío, solo llevamos lo que Eugenia pudo meter en dos maletas. Le hemos pagado a un pescador nocturno para que nos deje en Sant Feliu. Hemos eludido la guardia costera y nos adentramos en esta ciudad nueva. Esperaremos el amanecer para encontrar un refugio, tal vez hallaremos a alguno de los nuestros para que nos aloje hasta instalarnos. Luego volveremos a empezar.
-¿Por qué lo hicimos?
¿Emigrar? Por tipos como Z, que parecen pero no son, porque si regresamos todos serían como él.
-¿Cómo te diste cuenta?- Me pregunta Eugenia abrazando a los chicos.
-Algo en su mirada me lo dijo.