La arena tirada sobre la vereda. Como un insulto. Como una afrenta al paseo del mar. Tan sólido. Y ahora destruido por olas inclementes que no se acuerdan de las formas. Al mar no le importan las apariencias ni los alcaldes. El mar toma lo que es suyo. Y el paseo del mar es suyo. Pronto desaparecerá, el paseo del mar. Pronto desaparecerá la calle que sigue al paseo del mar. Pronto desaparecerá la arena, las rocas, también desaparecerá, finalmente este pueblo. Que ha osado invadir el mar. No se juega con ciertas cosas. La gente piensa que puede venir y pasear un verano por aquí, dejando su carpa al costado del paseo del mar, salir a caminar un rato y luego regresar, pasarse así cuatro o cinco meses, hasta que el tiempo definitivamente es una mierda y regresar o quedarse da lo mismo. La gente piensa que puede mirar el cielo estallar de fuegos artificiales para siempre. Pues no, no es así ya. Ahora el mar se ha tomado una revancha. No quiere más olor a bronceador en las playas limpias. No quiere más arena sobre las rocas. No quiere más tractores y grúas. No quiere ruidos molestos, ni acentos extraños, ni negocios fantasmas.
Lo más horrible son los edificios. Esos cuadrados avejentados y sucios, que miran con sus postigos cerrados. Mudos testigos de la avaricia de especuladores que fabricaron un espectáculo dantesco. Cambiaron las viejas casas de los que habían hecho fortuna en América por esto. Y esto es lo que nos queda, un pueblo fantasma, invadido por el mar, seco de esperanza, tortuoso y seco.
Por aquí se pasean los fantasmas de los poetas, los fantasmas de los escritores que amaron el pueblo. Están con sus hojas en blanco, secos de tanto mirar desastres. Ahora es el mar, pronto serán otras calamidades, la sequía, la falta de agua, la falta de peces. Catástrofes, parece que el presente nos depara catástrofes. Si no fuera por los niños, por los padres, por los turistas proletarios, por los campamentos de gitanos y de holandeses, el pueblo no existiría. Si no fuera por las luces de la riera, por los libros de la biblioteca, por los discursos de carnaval, por las cabalgatas y las carrozas, el pueblo estaría definitivamente sepultado. El mar advierte, aquí estoy yo, quiten todo de aquí, que entraré y me llevaré lo que me han robado.
Camino por la arena que pisa la vereda, miro esto como si hubiera yo estafado al mar. Y ahora soy yo el estafado. He comprado basura. He creído que compraba el sol, el placer, la eterna aventura del Mediterráneo, su historia y su profundidad. No he conquistado nada, es todo una ilusión, el mar me ha venido a decir que me vaya. Porque no me quiere aquí, ni quiere a mis hijos. No soy el único al que no quiere. No quiere a nadie en este pueblo, en eso somos iguales. Las miserias se esconden, los pescadores regresan, los políticos prometen, los niños siguen contemplando el atardecer en la playa. Pero todo ha cambiado. Porque el mar se ha venido a quedar lo que es suyo y tarde o temprano, todos, nos iremos de aquí.
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